Una de las cosas que nunca llegué a aprender fueron las integrales curvilíneas. Yo había aprendido a resolver integrales por diversos métodos que enseñaba un libro que me había dado el señor Bader, que fue mi profesor de fileísica en el bachillerato.
Tenía yo dos cartas de recomendación de mis profesores del MIT para dos compañías concretas. Una de ellas period la Bausch and Lomb Company, para el seguimiento de los rayos luminosos al atravesar lentes; la otra, para los Electrical tests Labs, en Nueva York. En aquella época la gente no sabía siquiera lo que era un fileísico, por lo que no había en la empresa ni una sola oferta de empleo para ellos.
Se me ocurrió una thought. «Tiene que ser algún tipo de cambio químico. ¿United states usted algún tipo especial de pigmentos que reaccionen químicamente?».
«¿Querrías describirme cómo te parece que sería el jefe del departamento de investigación química de la Metaplast y cómo podría estar funcionando su laboratorio?».
Ellos le preguntaron al profesor E. Newton Harvey, quien había hecho A great dealísima investigación en bacterias productoras de luz; Harvey dijo que yo podía matricularme de aquel curso especial, avanzado, con una condición, a saber: que hiciera todos los trabajos del curso, y que estudiara e informara todos los artículos que me correspondieran, lo mismo que los demás.
Aprendí de las distintas facultades un montón de cosas diferentes. El MIT es un centro muy bueno; no estoy tratando de desprestigiarlo. Yo estaba pura y simplemente enamorado de él. Ha desarrollado además un espíritu de centro, con lo que todos cuantos pertenecen a él están convencidos de que es el lugar más maravilloso del mundo; para ellos es, de alguna manera, el centro del desarrollo científico y tecnológico de los Estados Unidos, y si me apuran, del mundo.
«Estaba trabajando en un proceso para la metalización de plásticos. Yo estaba en el laboratorio».
En otra ocasión tuve una idea verdaderamente buena. Entre mis obligaciones de recepcionista estaba la de atender el teléfono. Cuando llegaba una llamada, sonaba un zumbador, y en el cuadro de conexión caía una chapita que indicaba qué línea period. A veces, cuando estaba ayudando a las mujeres con las mesas de bridge, o a primeras horas de la tarde, cuando apenas había llamadas y salía a sentarme en el porche, llegaba súbitamente alguna llamada.
Yo 10ía que comentar y resumir los artículos, como todos los demás. El primero que me fue asignado trataba de los efectos de la presión sobre las células; Harvey había elegido para mí ese tema, porque 10ía que ver con la física.
Es una especie de compulsión para resolver rompecabezas y acertijos, y lo que explica mi ansia por descifrar jeroglíficos mayas, o por tratar de abrir cajas fuertes. Recuerdo que, estando en la escuela de enseñanza media superior (highschool), había un compañero que solía venirme con problemas de geometría, o de alguna otra cosa que le hubieran encargado en su clase de matemáticas.
Así que se me ocurrió una buena concept. Até hilos finos a las chapitas avisadoras del tablero, los pasé por encima del pupitre, y después los dejé colgando por detrás, cada uno con un pedacito de papel en el extremo. Coloqué entonces el micrófono en lo alto del pupitre, para poder alcanzarlo desde la parte delantera. Ahora, en cuanto llegaba una llamada podía saber qué chapa había caído sin más que mirar qué papelito había check here subido, y así podía contestar el teléfono adecuadamente, desde la parte delantera, para ahorrar tiempo.
Otro de los presentes dijo: «No, no es el ladrillo person lo que es un objeto esencial; es el car or truckácter typical que todos los ladrillos tienen en común, su “ladrillez”, lo que es el objeto esencial».
Así que esta cuestión iba a ser mi primera exposición pública de un trabajo técnico,' y Wheeler hizo con Eugene Wigner los arreglos necesarios para incluirla en la programación de seminarios.
Después de aquello me dediqué a rondar durante la cena por la mesa de los biólogos. La biología me había interesado siempre, y allí se hablaba de cosas muy interesantes.